rosa roja en el centroEl verdadero seguimiento de Jesucristo en la soledad, el silencio, la oración y la austeridad es un don tan excelente que sólo puede venir de Dios (Jn 6,44), que elige a quien quiere con una particular predilección (Dt 7,8). Por eso la admisión al Instituto exige de parte de ése y de parte de la aspirante se examine seriamente la existencia de una verdadera vocación (125 Const.)

De cartas circulares de Ntro. Padre cofundador, José Antonio de Aldama y Pruaño, a sus Hijas

“Muchas veces pienso la alteza de la vocación a que ha llamado misericordiosamente el Señor a sus Esclavas; y quisiera verlas a todas llenando con perfección esos amabilísimos planes de Dios. Su divina gracia no puede faltar para ello, porque se encierra en la gracia misma de vuestra vocación. Trabajar ardorosamente con esa gracia, es lo que importa. Ese es trabajo de toda la vida; pero sus cimientos sólidos hay que ponerlos en el Noviciado.

El Noviciado es el principio de un camino fervoroso hacia Dios. Se empieza a andar, para seguir andando siempre; andando o corriendo o volando…hasta llegar al abrazo eterno de Dios. Por eso es preciso fomentar en el alma eficazmente dos disposiciones interiores durante el Noviciado: una, que mira al fin del camino, que es Dios; otra, que se refiere a su punto de partida, que somos nosotros.

Ir a Dios es salir de nosotros mismos. Porque o nos amamos a nosotros mismos, o amamos a Dios. El día que hayamos dejado del todo a nosotros, ese día habremos encontrado del todo a Dios. Olvidados de nosotros, amaremos a Dios.

¡Salir de sí mismo! El trabajo principal del Noviciado es cambiar el propio corazón. De un corazón que se ama a sí mismo, hay que hacer un corazón que de verdad ame a Dios. Cambiar nuestro pobre corazón humano y terreno, es negarle todo gusto, todo interés, todo alivio, todo descanso, todo temor, toda esperanza, todo amor que repose en nosotros mismos, para sustituir esa vida íntima nuestra por el gusto, el interés, el alivio, el descanso, el temor, la esperanza y el amor que tenga por último término a Dios. Ese trabajo es de todos los días y de todas las horas. Poco a poco con ese trabajo va nuestro corazón vaciándose en el molde perfecto, que es el Corazón de Jesús, trasladando a nosotros sus propios sentimientos y viviendo así de su misma vida. Las almas que están siempre atentas a realizar ese trabajo, y lo realizan valientemente, son las que en realidad vuelan a Dios. Así quiero ver a mis novicias: no andando, sino volando en cada momento hacia Dios. 2

Pero para sostener en fervor ese trabajo que es duro a nuestro amor propio, hay que mirar siempre al fin de nuestro camino: a la unión con Dios por el amor. Es la segunda disposición interior que hay que fomentar.

Esa unión con Dios es lo más grande que podemos alcanzar en la tierra, es lo único que vale la pena; todo lo demás no vale nada. Su deseo debe prender con ansia en el corazón, con ansia siempre creciente, con ansia que no se satisface en este mundo jamás. Con la vocación ha encendido el Señor esa llama en nuestro corazón. Hay que trabajar porque no sólo no se apague nunca, sino que vaya siempre creciendo, hasta que se haga un verdadero incendio en el alma, que consuma en sus llamas todo lo humano, para que lo domine todo Dios. Nada de contentarse con menos; nada de arrastrarse por la tierra las que quiere el Señor que sean águilas que tengan su nido en Dios. Esa ansia de Dios, ese deseo ardiente de amarle, ese anhelo siempre insatisfecho de su íntima unión sostendrá nuestro corazón cuando se le haga dura la renuncia de todo, cuando le cueste olvidarse de sí, cuando se resista a morir a sí mismo. Vale la pena darlo todo para conseguirlo todo: vender todos los bienes para comprar el campo donde está el tesoro. Y ¡el tesoro único es Él!”

(Salamanca, 18 de noviembre 1951)

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Monasterio Nuestra Señora del Magníficat  –  Tel. 79 24 25 63

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